Sevilla se ha dotado hace poco tiempo de un potente instrumento para su futuro desarrollo urbanístico, el vigente Plan General de Ordenación Urbana de 2006. Esta ciudad abigarrada y constreñida en su extensión hasta bien entrado el siglo XX se ha desarrollado a lo largo de la historia mediante procesos edificatorios que se han caracterizado por la sustitución de lo anterior o bien por la transformación de lo preexistente, dando como resultado una diversidad arquitectónica con multiplicidad de estilos.
Los desarrollos extramuros que se producen principalmente en los terrenos de la Exposición Iberoamericana de 1929 y en otras zonas aledañas de la ciudad histórica comienzan a perfilar una urbe distinta, pero este proceso cambia radicalmente cuando se pasa de un planeamiento basado en ordenanzas municipales a una ordenación reglada en 1946 y posteriormente en 1963. Con sus defectos y virtudes, el desarrollo urbanístico da lugar a un conjunto histórico más o menos conservado, y a multitud de barrios desconectados que se extienden como una mancha de aceite. Gracias al Plan General de 1987 y la celeridad de su desarrollo por la cercanía de la celebración de la Exposición Universal de 1992, la ciudad se dota de nuevas arterias que cosen los diferentes nuevos barrios inconexos.
En la actualidad, y una vez que el nuevo Plan dibuja las futuras zonas de expansión, la Arquitectura cobra un papel preponderante que debe articular la nueva imagen de Sevilla. Sin obviar la necesidad de un respeto escrupuloso por la conservación de los múltiples ejemplos de valor de los que hoy disfrutamos, la ciudad debe dotarse de nuevos modelos que contribuyan a su desarrollo arquitectónico.
Proyectos como la nueva Biblioteca Central de la Universidad de Sevilla de Zaha Hadid, el nuevo campus de Abengoa en Palmas Altas de Richard Rogers, la nueva sede de Cajasol de César Pelli y el nuevo espacio congresual en FIBES de Guillermo Vázquez Consuegra, pero sin olvidar los nuevos edificios administrativos, residenciales o terciarios, de los que se espera la máxima exigencia en cuanto a su calidad arquitectónica por parte de los promotores públicos o privados, según el caso, no deben ser más que buenos ejemplos de lo que aún está por llegar: referentes de la nueva ciudad del siglo XXI.