Estos días asistimos al gran acontecimiento cultural del año en Sevilla, la exposición Murillo y Justino de Neve, el Arte de la Amistad, sita en el Hospital de los Venerables Sacerdotes, en el corazón del Barrio de Santa Cruz. Asistimos con gran expectación a la que es la vuelta a Sevilla, después de dos siglos, de algunas de las obras maestras del genial pintor sevillano, entre las que se encuentra la más paradigmática de sus inmaculadas, la de Los Venerables. Y es que, todo ello toma un especial simbolismo si tenemos en cuenta la forma en la que las obras salieron de la ciudad.
Sevilla sufrió durante la invasión napoleónica uno de los más graves expolios artísticos de la historia. Cuatrocientas obras pictóricas salieron de la ciudad camino de Paris, requisadas por el Mariscal Soult, quien con muy buen gusto, se dedico a recorrer iglesias y conventos eligiendo personalmente las obras que pasarían a engrosar el gran museo de Napoleón en algunos casos, y su colección particular en otros. Malos tiempos para los franceses cuando gracias al levantamiento del pueblo español y al apoyo británico estos se vieron obligados a abandonar España, aunque en su vuelta se aseguraron llevarse toda la rapiña cometida allá donde estuvieron. Hasta aquí el que podemos llamar el expolio francés, un precedente de lo que vendría después, el “expolio español” de Sevilla…
En los años posteriores a la invasión napoleónica muchas de las obras de arte requisadas en España fueron devueltas a nuestro país por el gobierno francés, con la mala fortuna (para Sevilla) de que esas obras pasaron por Madrid y allí se quedaron. Caso de los lunetos de Santa María la Blanca, colgados en las paredes del Prado (solo uno, el otro se encuentra en los almacenes de dicho museo) mientras que en la bella iglesia sevillana cuelgan unas “estupendas copias”.
Desde entonces, los sucesivos gobiernos españoles han venido pregonando, eso sí, con muy buena retórica, lo que fue un triunfo para el país: la vuelta de las obras de arte a “España”. Sabias palabras, medidas y estudiadas para no levantar ampollas en un tema que se torna peliagudo. Y es que al hablar de “vuelta a España” logran difuminar con un sentimiento patrio lo que podríamos llamar el “segundo expolio”, el cometido por el propio gobierno español, y es el hecho de que las obras no volvieran a sus verdaderos lugares de origen. Para gloria y orgullo de la aristocracia madrileña estos cuadros quedaron colgados en el Museo del Prado o instituciones como la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, privando a los edificios sevillanos de sus joyas, que deberían conformarse con malas copias (sin ánimo de ofender).
El caso de la Inmaculada fue un tanto diferente, pues no fue devuelta a España en aquellos años sino que estuvo en Francia durante más de un siglo, primero en la colección personal de Soult y posteriormente en el Louvre. Y es que aprovechando la injusta devaluación a la que fue sometido Murillo como artista en siglo XX, el régimen franquista logró un acuerdo con el gobierno francés, intercambiando un retrato duplicado de Velázquez por la Inmaculada de los Venerables. Donde han quedado esos tiempos en los que recuperar una obra de arte robada era un asunto de Estado… aunque el Estado parecía reducirse a Madrid, pues obra que se recuperaba, obra que se quedaba en esta ciudad. Así, nuestra Inmaculada volvió a oír a hablar español, aunque aún fuera de casa. Y no pocas veces ha sido reclamada por la Hermandad de los Venerables, primero al gobierno francés y luego al español. El resultado final ya lo sabemos. Paradojas de la vida, ahora podemos disfrutar del préstamo de una obra de arte que es nuestra, de Sevilla, con todo ello, muy agradecidos.
El propio director del Museo del Prado viene a reconocer en una entrevista reciente lo especial de la vuelta de nuestra Inmaculada a su casa (eso sí, temporalmente). Y es que los Venerables, que da apellido a la obra, siempre fue su hogar, aunque hoy no lo sea por decisiones políticas, por el empeño del gobierno de hacer de Madrid una Paris española.
Toda esta cuestión tiene una solución bien sencilla, una reclamación por parte de la sociedad sevillana, con sus autoridades políticas a la cabeza, ante la que el “Gobierno Español” tendría poco que objetar, o ¿quizás Sevilla no es España? Ojalá pudiéramos decir con orgullo que la Inmaculada de los Venerables ha vuelto a su casa, al soberbio edificio barroco del que nunca debió salir, sito en SEVILLA (España).