La canción del verano

Torre Pelli - vista generalÚltimamente tengo un problema: cada día que pasa me parece todavía más que soy algún tipo de bicho raro, un extraño peligroso del que desconfiar y al que mirar de reojo por la calle. Me desayuno, matemáticamente, con alguna noticia en la que me cae un palito: por desmovilizado, por inculto, por imprudente, por soberbio, por cateto y por demás cosas que es mejor no nombrar. Y oye, mira que uno es sufrido, pero al final se acaba cansando.

Confieso, señor juez, mi horrible crimen: me gusta la torre de Pelli en Puerta Triana, igual que me gustan la biblioteca del Prado, los parasoles de la Encarnación o la idea de una Tablada verde. E igual que me gustan, confieso también, el parque de María Luisa, irme de tapas por el Arenal o pasearme por el Alcázar. Pensaba yo que ambas cosas eran compatibles, pero parece que los que reparten el carnet de sevillano no están por la labor y que la única Sevilla “de verdad” es la del albero, las cofradías y los toros en la Maestranza. Tener un pie en cada sitio es imposible, y estar al otro lado es ya directamente sacrílego.

El ruido de fondo del machacón —y oxidado— himno del “se están cargando Sevilla” no es ninguna novedad. Y en esta ocasión lo ignoraría, como de costumbre, si no fuera porque amenaza con convertirse en la canción urbanística del verano y con alcanzar el número uno —en este karaoke de la Sevilla eterna— coincidiendo con la reunión de la UNESCO de final de mes.

No voy a negar que los cantantes de turno son gente respetable, cultas y reputadas personalidades de la cultura; igual que tampoco ellos negarán que se encadenarían gustosos a lo primero que pillasen, al mejor estilo Tita Cervera, si así consiguiesen parar la torre de Cajasol. Hasta ahí todo es respetable y hasta simpático: el debate siempre enriquece y es necesario, sobre todo si la opinión viene de voces más o menos autorizadas. Lo que no resulta tan simpático es que esas voces autorizadas pasen de opinar a sentar cátedra.

Ya perdieron gran parte de su gracia con aquel informe que se redactó en contra de la torre, ese que hacía gala, en sus recomendaciones a la UNESCO, de mucho vitriolo pero de muy poquita chicha. Y si poca gracia les quedaba, para mi gusto han acabado de dilapidarla con el estribillo de la canción: que la sociedad civil sevillana se ha levantado unánime en armas contra los bárbaros opresores, para preservar los “verdaderos valores” de la ciudad. Para redondear, el subidón viene cuando, entusiasmados por el directo, pasan a vocear que absolutamente todos estamos de acuerdo en que no se va a hacer la torre, follow the leader, leader, leader. En fin, consignas rotundas y pachangueras con las que menear el cu-cu en el chiringuito, pero carentes de la menor sustancia o apoyo en la realidad.

Supongo que a esa “sociedad civil” de la que hablan se le abrirán las carnes al constatar, encuesta sí y encuesta también, que el rechazo al proyecto de Puerta Triana es bastante menor de lo que sueñan. O cuando el ex director del Centro de Patrimonio Mundial de la UNESCO Georges Zoauin, que algo sabrá de esto, dice que la torre tendrá un impacto positivo sobre la ciudad. O cuando ven a la gente llenar a reventar las plazas peatonalizadas del centro, o cuando vean Prado o Encarnación tomados por universitarios, por familias, por placeros, por paseantes, por turistas: por sevillanos. En definitiva, cuando vean que esa unanimidad de la que presumen no sólo no es tal, sino que es más bien una cuestión de mayorías silenciosas frente a minorías, eso sí, con potentes altavoces mediáticos.

Yo, de momento, he decidido que me borro. Apúntenme en la sociedad incivil. En la sociedad que cree que en Sevilla cabe de todo, la que quiere parecerse a esa ciudad espléndida que alguna vez fuimos y cuya semilla todavía conservamos. Soy un incivil que trata de aprender de lo que el pasado me enseña, y el pasado de Sevilla deja claro que la grandeza de nuestra ciudad está en su capacidad de reinventarse, de asumir nuevos retos y de superarlos contra viento y marea. No por manido es menos cierto el argumento de que una mentalidad tan ultraprotectora no hubiera alumbrado a la Giralda o a la Catedral. Ni, yo añado, a ninguna de las dos Expos, a una Avenida de la Constitución peatonal o a la apertura por fin del Metro. Alguno pensará que eso me hace menos sevillano, menos puro o menos digno, pero eso ya no es problema mío. Cada uno tiene derecho a vivir Sevilla como quiere, y yo, y muchos más, la seguiremos viviendo a nuestra manera: a esa manera que no le tiene miedo al futuro.