Muchos hectómetros cúbicos de agua han fluido por el Guadalquivir desde que en 2001 Puerto de Sevilla propusiera el proyecto de dragado de ampliación del Guadalquivir entre Sevilla y Sanlúcar. El proyecto contemplaba la construcción de una nueva esclusa y el desplazamiento hacia el sur de las zonas industriales más próximas a espacios urbanos consolidados de la ciudad. Alcaldías, Consejerías y Ministerios de Medio Ambiente, e incluso directores del propio Puerto, han contribuido con sus posturas, o con la falta de ellas, a este retraso. Y en casi en todos los casos a los responsables se les puede señalar de hablar mucho y hacer más bien poco.
Como bien es sabido, en el minuto cero el proyecto se enquistó en una suerte de intereses de demasiadas partes. Así, desde hace años se viene hablando en la necesidad de una sana competencia entre puertos andaluces, instando a Sevilla a ser más comedida en sus aspiraciones. Aunque, a la vista de la expansión del Puerto de Huelva y su terminal ferroviaria en Sevilla, parece que esa sana competencia no es aplicable a todos por igual.
Se ha hablado también de turismo -sector que está de moda criticar- alegando el supuesto riesgo de invasión de cruceros, y comparando la situación de Sevilla con ciudades como Málaga (que recibe unas 20 veces más cruceristas), Venecia (que recibe casi 100 veces más) o Barcelona (que recibe del orden de 130 veces más). Tal es el atrevimiento que en demasiadas ocasiones nos olvidamos de que la principal razón por la que Sevilla recibe “pocos” cruceros y se mantiene en un crecimiento sostenido y ordenado es por el enorme hándicap que supone el tiempo en remontar el Guadalquivir en comparación con las horas que los pasajeros pasan en la ciudad.
Pero sin duda la principal bandera contra el dragado ha sido la medioambiental.
Razones como el aumento de la erosión de las márgenes del río y la salinización del agua subterránea han sido bien esgrimidos desde el sector científico, que ha expresado su preocupación acerca de una correcta evaluación del impacto del dragado e insistido en la mitigación de sus posibles efectos. Desde la cordura parece que es totalmente necesario no hacer una obra de tal calibre “de aquellas maneras”, sino dejando bien atados todos los cabos sueltos que se pudieran soltar.
El problema viene con la sensacionalización del asunto. Y ahí es donde entran los ecologistas, y el dudoso uso que hacen de su preocupación por Doñana. ¿Se han molestado en explicar cómo funciona Doñana y cómo le afecta el dragado? ¿Se han molestado en hacer debates o divulgar información? No: hacen videos catastrofistas que se viralizan en redes sociales o en portales de peticiones online, tan populares actualmente.
Doñana ha sido un ecosistema plenamente dinámico en sus últimos 2000 años de historia. Si algo caracteriza a las marismas del Guadalquivir es su capacidad de cambio y transformación: donde había agua salada, ahora la hay dulce, donde había una vegetación y unos animales ahora hay otros… O con un ejemplo bien gráfico, donde para los romanos estaba el Lago Ligustino, ahora hay principalmente tierra seca. Los ecologistas venden Doñana como un paraíso prístino, aparentemente sin tocar desde que el hombre pisó occidente. Ello entra en conflicto directo con otra idea que los ecologistas venden: la protección del arrozal. En qué cabeza cabe que la transformación más radical del paisaje marismeño en los últimos 100 años se pueda meter en el mismo saco del “salvemos Doñana, tierra virgen”. La industrialización del campo andaluz conllevó una de las mayores modificaciones del paisaje agrario español: se levantaron diques, drenaron inmensas áreas, y se retiró la vegetación natural y con ella los animales que la habitaban. Se alteró por completo la hidráulica del sistema. No deja de ser paradójico que una obra de este estilo, con las múltiples consecuencias que tuvo sobre la “prístina” Doñana, se pretenda presentar como una suerte de “perfecto equilibrio” con la naturaleza. El arrozal implicó una serie de modificaciones que, aún sin evaluación de impacto ni medidas compensatorias, ahora se percibe como una pieza más de la situación actual de las marismas.
Mención aparte merece la absoluta y deliberada ignorancia que ecologistas hacen de posibles ventajas ecológicas del transporte en barco, o de los los otros tantos problemas que se ciernen sobre el Parque Nacional. ¿Han calculado los ecologistas cuantas toneladas de CO2 se pueden ahorrar por transportar enormes mercancías en barco más de 70 Km tierra adentro? ¿Han señalado los ecologistas con tanto ensañamiento el daño que la extracción ilegal de agua hace en las lagunas del interior del parque? ¿O el destrozo que supone el aumento de los sedimentos transportados por el Guadalquivir a consecuencia de la salvaje intensificación de la agricultura en todo el valle? La evaluación de impacto integral del río Guadalquivir y sus acuíferos a raíz del hipotético dragado, y la puesta en marcha de medidas como consecuencia, deberían implicar sustanciales mejoras respecto a la situación actual.
Y esto nos trae a otra pregunta. Tanto supuesto ecologismo, ¿está verdaderamente preocupado por una adecuada gestión del medio ambiente? ¿O lo que realmente ve aquí es una de otras tantas oportunidades para hacerse notar?
Y con esta canción pasan los años. La mentira mil veces repetida lleva a asumir al ciudadano medio que la causa de todos los males es el dragado, cuando lo cierto es que los males existen desde hace años sin que nadie -empezando por los ecologistas- haga absolutamente nada por atajarlos, o se hayan exigido responsabilidades a los culpables.
Desde sevillasemueve no podemos más que defender las cautelas medioambientales, pero éstas deben traducirse en actuaciones que pongan solución a los problemas, que, con dragado o sin él, son un hecho. Por eso instamos a todas y cada una de las Instituciones que intervienen a ponerse manos a la obra y trabajar por y para Sevilla y Doñana. Si hace diez años alguien se hubiera puesto a ello, quizás ahora, quizás dentro de otros diez años, podríamos estar viendo un futuro claro para el puerto, para nuestra industria, para nuestra agricultura, y para el humedal más importante de Europa.
Pero lo que el paso de los años evidencia es que nada de esto interesa realmente. Tal es el ejercicio de cinismo que esos problemas permanecen tal cual estaban, sin que en estos años se haya hecho el menor intento por paliarlos. Da la impresión de que el único interés de nuestros responsables políticos, que llevan años echando la pelota de un tejado a otro en un caso inédito de cooperación y entendimiento entre Administraciones, es poder usarlo contra el desarrollo portuario e industrial de Sevilla y en favor de la inmovilidad para con Doñana. Si el asunto del dragado se llegara a mover, se haría tan evidente la desidia e ineptitud de todos los actores, que dejaríamos de tener héroes y villanos, para tenerlos a todos solo como incompetentes a secas.
Por si la tomadura de pelo no fuera suficiente, nos enteramos de que España se ha comprometido ante la UNESCO a no ejecutar el proyecto de dragado para evitar daños a las marismas, mientras que sí hay luz verde para el gasoducto que abrirá en canal la tan protegida Doñana.
¿Medio ambiente? ¿A quién importa el medio ambiente?